Versículos
1-13
1.
Invitación de Salomón a sus hijos (vv. 1, 2): «Escuchad, hijos, la
instrucción de un padre». Contra la opinión de J. J. Serrano -nota del
traductor- y siguiendo la del rabino Cohen y del propio M. Henry -creemos
que aquí no se trata de «discípulos», sino de verdaderos «hijos». La
instrucción de un padre sabio ha de ser atendida con toda diligencia, pues
ese es el modo de adquirir cordura (hebreo, bináh, esto es, tanto
entendimiento como discernimiento). Tanto los magistrados como los
ministros de Dios han de mostrar un particular interés en instruir a sus
hijos, pues a mayor conocimiento corresponde mayor responsabilidad.
Comenta Malbim que la expresión de «un padre»», en contraste con 1:8 («tu
padre»), «insinúa que está impartiéndoles una instrucción paternal que él
mismo había recibido de su padre». Esto se confirma por el vocablo usado
en la primera parte del y. siguiente para expresar esa instrucción, ya que
el hebreo leqaj significa «lo que se ha recibido» de los antepasados. En
2b, el vocablo hebreo es torat, enseñanza que consiste en instrucciones
basadas en la ley. La religión tiene a la razón de su lado y nos da
enseñanzas fundadas en verdades ciertas y en normas seguras.
2.
Instrucciones que les da. El las recibió de sus padres y enseña a sus
hijos lo mismo que a él le enseñaron (vv. 3, 4). Sus padres le amaban y,
por tanto, le enseñaron: «Yo fui hijo de mi padre» (v. 3), no es una
perogrullada; el sentido es: «hijo escogido y obediente», como entendieron
los LXX (. «también yo fui hijo obediente de mi padre»), aun cuando así
trastornaron el orden del hebreo y tradujeron por «obediente» el hebreo
raj, tierno.
Para su madre
(3b) había sido el «preferido» (hebreo yajid, único). Es cierto que
Betsabé dio a David cuatro hijos (1 Cr. 3:5), pero Salomón fue el
preferido de sus padres y el escogido de Dios. Quizá fue David más
estricto en la educación de Salomón que en la de los otros hijos, pues,
además de la excesiva condescendencia que mostró con los caprichos de
Amnón y Absalón, se nos dice expresamente en cuanto a Adonías (1 R. 1:6)
que «su padre nunca le había lastimado» (lit.; esto es, «contrariado»).
Aunque Salomón sobrepasó después a su padre en sabiduría, no tuvo empacho
en referirse con respeto a las enseñanzas que de él había recibido. Si
resulta útil buscar las sendas antiguas (Jer. 6:16) ¿por qué hemos de
despreciar las enseñanzas antiguas? Aunque no hemos de ser seguidores
serviles de los maestros que nos precedieron, tampoco hemos de despreciar
lo mucho bueno que nos legaron.
3. Pasando
ya a detallar las principales instrucciones que les da, vemos que
consisten (vv. 4-13) en preceptos y exhortaciones acerca del valor de la
sabiduría, conforme le había enseñado su padre; y por cierto, lo había
hecho con gran interés e insistencia: (A) Le había preceptuado retener sus
palabras (v. 4. Lit.), las buenas lecciones que le había dado; sus dichos
(v. 10), expresiones sueltas, llenas de prudencia; había de retenerlos,
guardarlos para vivir una vida honesta útil y dichosa (v. 4); retenerlos
en el corazón, no sólo en la cabeza, pues sólo cuando arraigan en
convicciones dan buen fruto las lecciones.
No había de
olvidar ni dejar la sabiduría, sino guardarla, para ser guardado; amarla,
para ser protegido por ella; ensalzarla, para ser por ella ensalzado;
abrazarla, para ser honrado y adornado por ella (vv. 4-9). Ella otorga
longevidad, rectitud, seguridad, vida (vv. 10-13). (B) Para corroborar
estas exhortaciones, que son mandamientos (mitsotay, v. 4), enaltece la
sabiduría como algo que tiene valor supremo (v. 7): «Lo primordial (es la)
sabiduría; adquiere sabiduría» (ésta es la mejor versión).
Todas las
demás cosas de este mundo, comparadas con ella, son de valor secundario;
por eso, hay que adquirirla (v. 5), comprarla, a cualquier precio (23:23).
La sabiduría verdadera nos recomienda a Dios, embellece el alma, nos
capacita para vivir una vida santa, útil, llena de sentido, y nos encamina
derechamente a la vida que no tendrá fin.
No es extraño,
pues, que haya de adquirirse aun a costa de todas las posesiones (v. 1b).
Es cierto que
esta sabiduría es un don de Dios, como lo fue para Salomón, pero Dios la
da a quienes la piden (Stg. 1:5) y a quienes se esfuerzan por hallarla.
Si no podemos
llegar a ser maestros de sabiduría, seamos amantes (v. 6) de sabiduría.
Versículos
14-19
Si esta
porción continúa con exhortaciones de David a Salomón o marca un
recomienzo de los consejos del propio Salomón no es de fácil solución.
M. Henry se
inclina por eso último, pero la mayoría de los autores no parecen advertir
aquí ningún corte, tanto más cuanto que toda la porción restante (vv.
14-27) no hace sino ampliar la alegoría de los dos caminos, ya iniciada
anteriormente, especialmente a partir del v. 11. En los vv. que siguen, se
nos previene contra los caminos de los malvados. Veamos:
1. La
advertencia misma (vv. 14, 15): «No entres por la vereda de los malvados,
etc». El término hebreo reshaím conota los que pecan contra Dios de modo
directo, mientras que el «raím» del segundo estico (lit. malos) indica los
que pecan directamente contra el prójimo. La exhortación del v. 15 da a
entender, no sólo la precaución de no poner los pies en el mal camino,
sino también la de mantenerse lo más lejos posible de él. Nunca hemos de
pensar que nos apartamos demasiado de tal camino; un pequeño acercamiento
supone una gran concesión a la tentación que implica la compañía de los
malvados.
2. Las
razones que corroboran esta precaución: «considera el carácter de tales
hombres: Son tan malos que no duermen tranquilos si han pasado el día sin
cometer alguna maldad de bulto (v. 16); para ellos, el crimen es su comida
y su bebida (v. 17); en realidad, comen y beben de lo que han robado a
viva fuerza, por la rapiña y la opresión. Pero, aunque ellos piensen que
prosperan, su camino se va estrechando, y aun oscureciendo,
progresivamente; de forma que, faltos de luz verdadera, acaban por
tropezar y caer, sin percatarse siquiera de la causa de su final
desventura (v. 19). En cambio (v. 18), «la senda de los justos es como la
luz de la aurora, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (comp. con
Job 22:28). Cristo es nuestra luz (Jn. 8:12) y nuestro camino (Jn. 14:6).
Los justos caminan guiados por la Palabra de Dios, la cual es luz para el
camino y para los pies (Sal. 119:105); ellos mismos son luz en el Señor
(Ef. 5:8) y caminan en la luz como él (Dios) está en la luz (1 Jn. 1:7).
Es una luz que brota en la oscuridad (Is. 58:10) y crece, brilla más y
más; no es como la luz del meteoro, que desaparece pronto, ni como la luz
de la candela, que se debilita hasta apagarse, sino como la del sol, que
brilla más cuanto más sube.
Versículos
20-27
Tras
exhortamos a no hacer el mal, ahora nos exhorta a hacer el bien.
1. Los
dichos de la sabiduría deben ser nuestras normas de conducta; por eso,
hemos de inclinar el oído a ellas (v. 20); escucharlas con sumisión y
prestarles diligente atención, sin perderlas de vista (v. 21, comp. con
3:21). Hemos de guardarlas en nuestro interior (comp. con 2:1) como se
guarda un tesoro que se teme perder. La razón por la que hemos de estimar
así las palabras de la sabiduría es que ellas serán para nosotros alimento
y medicina (v. 22), como el árbol de la vida (Ap. 22:3). Así como nuestra
vida espiritual comenzó mediante la palabra (Jn. 3:5; 1 P. 1:23), así
también se ha de conservar y mantener por medio de la palabra. La segunda
parte del v. 22 es una variante de 3:8. En la palabra de Dios hay un
remedio adecuado y completo para todas las enfermedades espirituales y aun
para muchas enfermedades físicas.
2.
Especial vigilancia necesita nuestro corazón (v. 23) «porque de él mana la
vida». Siendo el corazón el centro y la fuente de nuestra conducta, hemos
de velar para que de él salgan actividades santas, según las normas de
Dios y en docilidad a la conducción del Espíritu, pues así no saldrán las
corrupciones de nuestra naturaleza caída. Guardar el corazón es albergar
buenos pensamientos y acallar los malos, poner el afecto en los objetos
que lo merecen y dentro de los límites debidos. Muchos son los modos de
guardar un objeto: el cuidado, la fuerza y la petición de la ayuda
necesaria.
3. Otro
objeto de especial vigilancia son los labios (v. 24), puertas por las que
sale lo que hay en el corazón (Mt. 12:34; Lc. 6:45). El hebreo usa dos
vocablos que significan respectivamente «torcedura» (de boca) y
«desviación» (de labios). En ambos casos vienen a significar, con la mayor
probabilidad «falsificación de la verdad», en la que se incluyen la
mayoría de los pecados de la lengua.
4. El v.
25 nos exhorta a mirar rectamente; un corazón recto, así como incita a
hablar rectamente, también incita a mirar rectamente; ésta es la recta
intención que el Señor recomendó bajo la expresión «ojo sano» (Mt. 6:22).
Si ponemos nuestros ojos fijos en el Señor (He. 12:2), no los desviaremos
a ninguna mala parte.
5.
Finalmente, hemos de vigilar nuestros pies (vv. 26, 27): «Examina (lit,
pesa) la senda de tus pies». Como si dijera: «Pondera bien las
alternativas para no vagar sin rumbo, sino poder pisar firme y fuerte. Pon
en un platillo de la balanza la palabra de Dios, y en el otro lo que has
hecho o vas a hacer, y mira a ver si coinciden; no obres con
precipitación; y, una vez que hayas escogido el sendero recto, no te
desvíes a ningún lado (v. 27)».
No hay comentarios:
Publicar un comentario