Este
capítulo es uno de los más excelentes de todo el libro, tanto por las razones
que da para persuadimos a ser buenos como por las instrucciones que para ello
nos ofrece.
I. Debemos ser
constantes en el camino del deber, pues ese es el camino de la felicidad (vv.
1-4).
II. Debemos vivir
dependiendo de Dios, pues ese es el camino de la seguridad (y. 5).
III. Debemos conservar
el temor de Dios, pues ese es el camino de la sanidad (vv. 7, 8).
IV. Debemos servir a
Dios con nuestros bienes de fortuna, pues ese es el camino de la prosperidad
(vv. 9, 10).
V. Hemos de soportar
con paciencia nuestras aflicciones, pues ese es el camino de la comodidad (vv.
11, 12).
VI. Hemos de poner
toda diligencia en obtener la sabiduría, pues ese es el camino de alcanzarla (vv.
13-20).
VII. Hemos de
gobernamos con las normas de la sabiduría, pues ese es el camino de la
tranquilidad (vv. 21-26).
VIII. Hemos de hacer a
nuestros prójimos todo el bien que podamos y ningún mal (vv. 27-35).
Versículos 1-6 Una vida de comunión con Dios produce
inefables beneficios.
1. Hemos de observar continuamente los
preceptos de Dios (vv. 1, 2), haciendo de ellos la norma de nuestra conducta. Y
hemos de observarlos de todo corazón. Para animamos a sometemos a todas las
restricciones y ordenanzas que nos impone la ley de Dios, se nos asegura aquí
(v. 2) que ese es el camino cierto para la longevidad y la prosperidad. Ni aun
los días de la vejez serán malos, sino días en los que hallaremos placer: «te
añadirán...años de vida y paz». «Mucha paz tienen los que aman tu ley» (Sal.
119:165).
2. Hemos de recordar continuamente las
promesas de Dios, que van anejas a los preceptos de Dios: «gracia y buena
opinión ante los ojos de Dios y de los hombres» (v. 4) es promesa para los que
obran con bondad y fidelidad (v. 3), ya que estas cualidades se atribuyen
precisamente, con mucha frecuencia, a Dios (DL 7:9, etc.), pero aquí, como en
14:22; 16:6; 20:28 se atribuyen a los hombres (sin contar los lugares en que
sólo el jesed-amor o bondad- está explícito). Toda persona piadosa busca, ante
todo, el favor de Dios, aunque no haya de despreciarse la estima de los hombres
(Est. 10:3).
3. Hemos de atender continuamente a la
providencia de Dios, a fin de depender de él, con fe y oración, en todos
nuestros asuntos. Hemos de fiarnos de Yahweh con todo el corazón (v. 5, comp.
con Sal. 37:3, 5), no en nuestras propias opiniones, aunque nos parezca que el
asunto es como camino trillado, cosa fácil para la que no necesitamos consejo
de nadie. En todos nuestros caminos hemos de reconocerle (v. 6): tener comunión
con él y reconocer su mano, poniéndonos en todo a su disposición, pues él hará
derechas nuestras veredas, promesa que se repite en 11:5; 15:2 1 (comp. con Is.
45:13); nuestro camino será seguro y fácil, con un feliz resultado.
Versículos
7-12 Tenemos aquí tres exhortaciones, cada una de ellas corroborada con buenas
razones:
1. Debemos vivir en humilde y respetuosa
sumisión a Dios y a su gobierno (v. 7): «teme a Yahweh y apártate del mal», es
decir, si temes a Dios te apartarás del mal, pues lo segundo es consecuencia de
lo primero. Para animamos a vivir así en el temor de Dios, se nos promete (v.
8) que nos aprovechará incluso corporalmente como alimento para los músculos
(lit, el ombligo) y para el tuétano de los huesos. Con el vigor del cuerpo, el
espíritu adquirirá también mayor firmeza para tomar las resoluciones
pertinentes; por otra parte, la prudencia, la templanza y la sobriedad, la
calma mental y el buen gobierno de las pasiones, que la religión nos enseña, no
sólo fortalecen la salud del alma, sino también la del cuerpo.
2. Debemos hacer buen uso de nuestros medios
de fortuna, pues ése es el camino recto para incrementarlos (vv. 9, 10): «Honra
a Yahweh con tus bienes, etc... y serán llenos tus graneros, etc». Las riquezas
de este siglo son secundarias, frágiles, efímeras; sin embargo, aun en esto
suele Dios bendecir al que honra a Dios, especialmente al que le honra con el
buen uso de ellas. Nótese, sin embargo, como hace notar Cohen, que la
recompensa que esas bendiciones materiales suponen no se presenta en la Biblia
como un incentivo para la buena conducta. Por eso, dice el salmista (Sal. 1
l2:l) «Dichoso el hombre que teme a Yahweh, y en sus mandamientos (no en la
recompensa) se deleita en gran manera».
3. Debemos conducimos rectamente bajo las
aflicciones (vv. 11, 12). No hemos de menospreciar la reprensión(hebreo musar,
el mismo vocablo de 1:8) de Yahweh; es decir, no hemos de tomarla a la ligera
como si nada tuviese que ver con nosotros, sino que, viendo en ella un
propósito benéfico de Dios, hemos de sacar de ella el beneficio que Dios
intenta. No se nos pide que seamos estoicos, duros como piedras, a fin de que
las aflicciones nos hagan menos daño, pero tampoco hemos de• sentir asco de
ellas (ése es el sentido del verbo en hebreo, en vez de «fatigarse»), pues la
aflicción es disciplina del Señor (comp. con He. 12:6-11), y él conoce de qué
estamos hechos (Sal. 103:14) y hasta dónde podemos aguantar (1 Co. 10:13). No
estamos hablando de una justicia vindicativa, sino de una corrección paternal
para nuestro mayor bien.
Versículos 13-20 Dichoso el hombre que halla la
sabiduría, la verdadera sabiduría, que consiste en conocer y amar a Dios, y en
conducirse enteramente de acuerdo con su verdad, su providencia y su ley.
1. Qué sabiduría es la que hace feliz. Feliz
es el hombre que, al hallar la verdadera sabiduría, la hace suya extrayendo
entendimiento, como dice el original hebreo. No la tiene en sí, pero la extrae
con el cubo de la oración de la fuente que ofrece generosamente sabiduría (Stg.
1:5). Se fatiga en ello, como quien extrae oro de una mina, porque le da un
valor mayor que el de la plata, oro o piedras preciosas (v. 14). Es la perla de
gran valor (Mt. 13:45, 46), por cuya adquisición bien vale la pena venderlo
todo. «Compra la verdad», dirá después (23:23); no dice
a qué precio, pero bien se da a entender que cualquier precio es bueno para
obtenerla, antes que perderla.
2. La dicha de los que la hallan es una
dicha trascendente, como podemos ver (vv. 14, 15, comp. con Job 28:15 y ss.).
Es un saber para salvación eterna (2 Ti. 3:15), con la que no se puede comparar
ningún bien de este mundo.
El universo entero no puede proveer el
rescate de un alma que se va a perder por falta de la verdadera sabiduría. Los
(vv. 16-18) vienen a explanar lo que ha dicho en el (v. 2). La sabiduría
aparece aquí como una reina, repartiendo dones a diestra y siniestra a quienes
son sus fieles súbditos. Ofrece longevidad en su mano derecha, pues da consejos
y proporciona métodos para prolongar la vida (hasta la eternidad) y en su mano
izquierda ofrece riquezas y honor. El sentido de este binomio se entiende mejor
comparando este lugar con Ex. 28:2, 40 e Is. 35:2. El deleite (v. 17) que
ofrece es de la mejor calidad, pues ningún placer de los sentidos puede
compararse con el que las almas piadosas hallan en la comunión con Dios y en
hacer el bien a todos. La mención del árbol de la vida (v. 18, comp. con Gn.
2:9) sugiere que es para el alma lo que dicho árbol habría sido para nuestros primeros
padres si se hubiesen alimentado de él en lugar de comer del árbol prohibido
(comp. también con Ap. 2:7; 22:2). Llega a ser una participación de la propia
dicha de Dios (vv. 19, 20), quien con la sabiduría (8:22 y ss.) llevó a cabo la
obra de la creación.
Versículos
21-26
1. Aquí se nos exhorta a tener siempre a la
vista y en el corazón las normas de la piedad sincera (v. 21): «Hijo mío, no se
aparten estas cosas de tus ojos; que no se aparten de ellas tus ojos para irse
tras la vanidad. Tenías siempre presentes, cultívalas y practícalas mientras
vivas. Guárdalas en tu corazón como en cofre de tesoros, pues es ahí donde
anidan la prudencia y la discreción».
2. El argumento para corroborar esta
exhortación se toma de las inefables ventajas que nos proporciona la sabiduría
(v. 22): «Y serán vida para tu alma (comp. con y. 18); te avivarán el sentido
del deber y te fortalecerán durante tus aflicciones cuando comiences a sentirte
débil y decaído. También serán gracia para tu cuello, como un hernioso collar de
perlas o una cadena de oro. Entonces (v. 23) andarás por tu camino
confiadamente, y tu pie no tropezará (comp. Sal. 91:12); caminarás bajo la
protección de la providencia y de la gracia, mientras no seas tú quien se
expone al peligro. El camino del deber es el camino de la seguridad. Ella te
servirá de estupenda medicina contra los temores nocturnos a los ladrones, a
los espectros, al fuego, etc. (v. 24) y aun contra el pavor repentino (v. 25),
es decir, contra una experiencia aterradora que sobreviene de súbito, puesto
que el Padre que vela por nosotros no duerme ni puede haber cosa alguna que le
tome por sorpresa. El mejor remedio para tener una buena noche es tener una
buena conciencia.
Versículos
27-35
Vienen
ahora normas concernientes a nuestra relación con el prójimo.
1. Debemos dar a cada uno lo suyo, tanto lo
que se le debe en justicia como lo que exige la caridad, y eso sin dilaciones
ni excusas (vv. 27, 28). El contexto indica que se trata especialmente del
prójimo pobre, a quien hay que dar lo que necesita sin hacerle esperar.
Prometer para mañana (v. 28) lo que se puede dar hoy, además de ser injusto, es
problemático pues nadie sabe si vivirá mañana ni el que debe dar ni el que
necesita recibir. Este deber incluye: (A) El pago de deudas; (B) El pago de
rentas y salarios; (C) La provisión para nuestros familiares necesitados; (D)
Nuestra contribución tanto para la Iglesia como para el Estado; (E) La buena
disposición para todo acto de amistad y humanidad, a fin de aliviar problemas y
necesidades locales, nacionales y mundiales de toda índole.
2. Nunca hemos de tramar ningún daño contra
nadie (v. 29), sobre todo cuando nuestro prójimo está confiado, es decir, no
sospecha ningún mal de nuestra parte y, por ello, no se pone en guardia.
3. No hemos de ser foco de contención o
discordia (v. 30); «No tengas pleito con nadie sin motivo». Es aquí donde el
amor juega un importante papel (V. 1 Co. 13:4-7), pues no piensa mal. La
mayoría de los pleitos perjudiciales surgen de sospechas infundadas, teniendo
por mala intención lo que quizá fue inadvertencia. Ir a los tribunales debe ser
el último recurso.
4. No hemos de envidiar la prosperidad de
los malhechores (v. 31, comp. con Sal. 73:3), ni ceder a la tentación de
imitarles. Para mostrar cuán pocos motivos tienen los santos para envidiar a
los pecadores, Salomón compara, en los últimos cuatro versículos de este
capítulo, la condición de unos y de otros: (A) Los santos gozan de íntima
comunión con Dios, pero los perversos son abominables a los ojos de Yahweh. El
que no odia nada de lo que creó, se ve en la necesidad de abominar a quienes de
tal modo han corrompido lo que Dios hizo en ellos. Los más dulces y benditos
secretos del amor de Dios son comunicados a sus amigos (comp. con Jn. 15:15).
(B) Los santos, y su morada, descansan bajo la bendición de Dios (v. 33),
aunque su morada sea simplemente un «aprisco de ovejas», como da a entender el
original, mientras que la «casa» (de suyo, morada fija y permanente) del impío
está bajo la maldición de Yahweh ¿De qué le sirve vivir en un palacio, si es un
palacio maldito? (C) Aún lo que Dios da a los escarnecedores o burladores (v.
34), lo da burlándose de ellos. Este parece ser el sentido del original. En
otras palabras, les paga con su misma moneda. En cambio, a los humildes les
muestra siempre su favor, pues al que se humilla a sí mismo, no de palabra
falsa, sino de obra sincera, Dios lo enaltece. (D) Los santos son los
verdaderos sabios (v. 35), por lo cual recibirán respeto y aprobación de
quienes saben apreciar la verdadera sabiduría, mientras que los necios en
sentido moral (hebr. kesilim) terminarán en perpetua confusión e ignominia.
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